En mi cama / @Eivert
Hay días donde no vale la pena
pararse de la cama. No es por los 44 grados que me esperan durante la jornada. Tampoco es
por los quehaceres y las responsabilidades familiares. La razón es muy
sencilla: tengo miedo de que las cosas no salgan como yo quiero.
Es cierto, no puedo evitar sentir temor a
posibles escenarios. Me pregunto, ¿lo haré bien?, ¿llenaré las expectativas?,
¿lo echaré a perder? Parece mentira, pero generalmente lo negativo en la
mayoría de las veces se apodera de mi mente. En pocas palabras, mi cabeza se
convierte en un verdadero campo de batalla, donde las dudas, la incertidumbre y
la fobia a lo desconocido se agarran a golpes con mi fe.
Pensamientos vienen y pensamientos van. Una voz
me dice: ¡No lo harás!, ¡no es para ti! A veces escucho, otras veces no le hago
caso, aunque en el fondo me da miedo que pase lo que no quiero. Lo bueno es que
el problema se termina con otra voz más fuerte.
En cuestión de segundos, el animoso sonido, la
autoridad con que me responde, y sobre todo, la paz que experimento, dejan en
ridículo al balbuceo que escuché minutos antes.
Esta segunda voz me confronta,
me calma, me anima y lo mejor, me enseña a confiar.
Las palabras son sencillas, pero
poderosas. En resumen, Dios me dice que no tema, que Él va delante de mí, así
que después de tanto ir y venir, decido levantarme de mi cama confiado de que
las cosas saldrán bien.
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